LA INDEPENDENCIA QUE NO FUE


El 3 de julio de 1810, los criollos de Cali pedían gozar de los mismos privilegios de los peninsulares, de los que estaban excluidos, sin lesionar el régimen colonial ni el Imperio Español. Se sentían españoles.

El 3 de julio de 1810, hoy hace 185 años, se llevó a cabo una junta o reunión extraordinaria del Cabildo de Cali y fue aprobada una declaración que, en sentido estricto, nada tenía de Acta de Independencia, como siempre se ha considerado. Por el contrario, ese texto proclama la adhesión a la monarquía española, al rey Fernando VII y se considera a España como la patria de los firmantes. Lo que el documento revela es un sentimiento de autonomía, que pudo expresarse gracias a que en España la monarquía había sido depuesta por Napoleón y se había alterado la legalidad en el vasto imperio católico.

Ese sentimiento autonómico venía desde tiempo atrás. De hecho, puede rastrearse en las páginas de ‘El Carnero’, de Rodríguez Freyle, escritas a comienzos del Siglo XVII. Es un reclamo, en el caso americano, de igualdad entre los descendientes de españoles nacidos en el nuevo continente con los oriundos de la península. También tiene elementos de autonomía provincial de los cuales participaban no sólo los criollos, sino también los habitantes del Reino. Esa reclamación autonómica todavía está vigente, tanto en España como en Latinoamérica.

Pero ésta no implicaba la petición de independencia, ni proclamas de libertad, ni oposición a la monarquía, ni mucho menos las ideas de democracia, nación y república -que no eran anacronismos en la época, pues formaron parte del ideario de los verdaderos patriotas-. Tampoco reclamaba reformas económicas y sociales que llevaran al fin de la esclavitud y el feudalismo. En verdad, lo que querían los criollos de 1810 era gozar de los mismos privilegios de los peninsulares, de los que estaban excluidos, sin lesionar el régimen colonial ni el Imperio Español.

Un poco de historia

Un documento anterior al acta de la Junta Extraordinaria del Cabildo de Cali, el Memorial de Agravios de Camilo Torres, expresa con claridad esa postura política. Allí se afirma que “América y España son dos partes integrantes y constituyentes de la monarquía española y, bajo ese principio, y el de sus mutuos y comunes intereses, jamás podrá haber un amor sincero y fraterno, sino sobre la reciprocidad e igualdad de derechos”.

El memorial sirvió de base para elaborar el acta del cabildo de Cali, lo mismo que la de Quito en 1809 y la de Santa Fe de Bogotá, el 20 de julio de 1810. La “comunidad de intereses” entre criollos y chapetones fue expresada allí sin lugar a dudas: “Las Américas, señor, no están compuestas de extranjeros a la nación española… Tan españoles somos, como los descendientes de Don Pelayo, y tan acreedores, por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación”.

Estos criollos se sentían españoles y, por lo tanto, autorizados a reclamar por “las distinciones, privilegios y prerrogativas” que estaban limitados a los nacidos en tierras peninsulares. No era otro el alcance de su rebelión.

Los sucesos del 10 de agosto de 1809 en Quito así lo confirman. En Chuquisaca y en esa ciudad comenzaron las reclamaciones que luego se extenderían por buena parte de la América hispana. El acta ratificada en la Sala Capitular del Convento de San Agustín es el modelo sobre el cual fueron redactadas las de Cali y Santa Fe casi un año después.

De hecho, fueron copiados párrafos casi textuales. El Obispo de Cuenca, Ecuador, lo confirmó en carta de enero de 1812, cuando señaló que “interiormente eran unos mismos [los quiteños] con Santa Fe, Cartagena y Caracas”.

Igual sucedió en Cartagena, el 14 de junio de 1810 (antes de Cali y Santa Fe) cuando, con el respaldo de los grandes comerciantes y de los militares españoles de alto rango, el cabildo tomó por unanimidad la decisión de destituir al gobernador Montes y enviarlo de vuelta a España. Esta rebelión contra Montes y la autoridad del Virrey se llevó a cabo en nombre de la defensa “del rey, de la religión y de la patria”, según se lee en el libro ‘El fracaso de la nación’.

El historiador ecuatoriano Jorge Núñez Sánchez, al evaluar lo sucedido en Quito, en 1809, anotó: “El movimiento de 1809 no fue revolucionario ni buscaba la independencia, sus propios protagonistas lo confirmaron en la serie de documentos públicos que suscribieron. Especular con elucubraciones internas de aquellos aristócratas para mostrar su ‘afán patriótico’ es cambiar la verdad histórica en una novela truculenta y mala”. Las mismas palabras pueden usarse para calificar las interpretaciones chapuceras de los acontecimientos del 3 de julio de 1810, en Cali.

Después de aquel día

Tal vez lo más importante sucedió luego de la Junta Extraordinaria del Cabildo de Cali. En particular, el primero de febrero de 1811, cuando, por iniciativa de esa ciudad, se reunieron delegados de los cabildos de Anserma, Cartago, Toro, Buga y Caloto, con los de Cali, y decidieron formar la Junta de Ciudades Amigas o Confederadas del Valle del Cauca. Era el paso práctico hacia las juntas autónomas previstas en los documentos de Quito, Cali y Santa Fe.

Lo relevante es que fue la primera ocasión en la cual habitantes del territorio vallecaucano asumieron una posición política diferente de la de Popayán, ciudad de la cual dependían. No importa que fuera una actitud realista; lo significativo era la conciencia de región. Es una de las fechas originarias de la vallecaucanidad.

Esa junta se organizó como gobierno, formó ejército propio y se ocupó de la hacienda pública. Su presidente fue Joaquín de Cayzedo y Cuero, quien nació, vivió, luchó y murió como realista, hasta donde la documentación permite conocerlo. No fue mártir de la Independencia, ni mucho menos protomártir (esta rimbombante expresión queda reservada para san Esteban, el primer mártir cristiano según la Iglesia), pero dio lecciones de valor e inteligencia en la defensa de la posición autonómica. Cayzedo libró la primera batalla victoriosa contra el gobernador de la Provincia de Popayán, Miguel Tacón, en el Bajo Palacé (la cual no fue una batalla por la Independencia) y murió jurando fidelidad al rey, ajusticiado por sus enemigos en la ciudad de Pasto.

El Libro de Actas de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, que contiene cerca de 300 páginas de documentos, demuestra que los dirigentes del 3 de julio de 1810 eran realistas convencidos y que el reclamo por autonomía no era una especie de máscara tras la que se ocultaba una postura independentista. Luego de la batalla del Bajo Palacé, rota toda posibilidad de entendimiento con el gobernador Tacón, tras varios muertos y abundante sangre de por medio, los criollos de Cali y el valle del río Cauca continuaron jurando fidelidad a Fernando VII, lealtad a la Corona y adhesión a España. Así consta en todas las actas suscritas por la Junta de Ciudades Confederadas.

Los firmantes no querían ningún cambio diferente de tener los mismos derechos que los peninsulares. Por eso, cuando los esclavos del cantón del Raposo (actual Buenaventura, en parte) reclamaron por su libertad, la Junta de Ciudades Confederadas envió 100 fusileros “para que se desengañen aquellos miserables” (acta del 8 de abril de 1811).

Por eso mismo, por la ausencia de ideas de nación, libertad y democracia, tampoco se identificaron con bandera alguna distinta a la de Fernando VII (un pendón blanco con el escudo del Rey en el centro) y se limitaron a distintivos aristocráticos para uso exclusivo de los miembros de la Junta. La Junta de Ciudades Confederadas del Valle del Cauca no aprobó ninguna bandera y ni siquiera distintivo. Esto último lo hizo la Junta de la Provincia de Popayán, que fue creada como una maniobra de Buga y Popayán contra Cali.

A pesar de lo anterior, los acontecimientos del 3 de julio de 1810 y los del primero de febrero de 1811 deben ser valorados positivamente, al igual que la invasión napoleónica de España, pues resquebrajaron la unidad del Imperio español, propiciaron una ruptura de lealtades entre funcionarios coloniales y dieron paso a una inestabilidad que permitió la irrupción de los patriotas quienes, bajo el mando de Bolívar, Santander y Sucre, libraron las batallas por la Independencia.

La justa apreciación del papel jugado por personalidades como Camilo Torres, en Santa Fe, José Ignacio de Pombo, en Cartagena y Joaquín de Cayzedo, en Cali, no puede llevar, por fanatismo, a desvirtuar el sentido de sus luchas, otorgándoles un alcance que no tuvieron y propósitos que ellos mismos nunca suscribieron. Su rebelión autonómica fue importante, pertenece a los antecedentes del proceso de Independencia y allanó el camino de los patriota.

Articulo tomado de: Ministerio de Cultura. Colombia (German Patiño)